jueves, 22 de julio de 2010

Slash: ‘Slash’ (Roadrunner, 2010)



 ( Spotify )



Pocos se atreverían a discutir la inclusión de Saul “Slash” Hudson en la lista de los guitarristas más influyentes de la historia del rock. Su estilo, su técnica y su inapelable carisma han prevalecido durante los años posteriores a su tormentosa salida de los míticos Guns‘NRoses, tras verse envuelto en todo tipo de problemas con un Axl Rose de carácter cada vez más difícil, un huracán de drogadicción y problemas psicológicos y el reto que suponía el aceptar que el rock&roll que les llevó a la cima del mundo se apagaba a medida que el monstruo de las nuevas tendencias se tragaba todo en lo que habían creído los viejos rockeros durante años.

La separación de bienes que sucedió al divorcio entre Axl y Slash finalizó con un resultado curioso: mientras que el vocalista retuvo para sí el nombre y los restos de una banda a la que ya muchos acusaban de haber perdido su toque personal y su alma en el escenario, el singular y no menos conflictivo guitarrista conservó el aprecio de la mayoría de los antiguos fans de los Guns, abriéndose un periodo de separación entre “Rosófilos” y “Slashófilos” que aún continúa en nuestros días y que garantiza perpetuarse por largo tiempo a menos que la tentación de una económicamente fructífera reunión tomara forma (cosas más raras se han visto).

Pues bien, como resulta del cariño de buena parte del público en general, Slash heredó uno de los factores más importantes en la vida personal y (sobre todo) profesional de alguien que se dedica a esto: amigos. En 2007, Slash mencionaba en su autobiografía que planeaba lanzar un disco con colaboraciones con artistas de renombre dentro del mundillo, y que pretendía llamar “Slash & Friends”. La intención era clara, el inglés quería disfrutar por primera vez de la sensación de tener las riendas de forma exclusiva y personal de su propio proyecto, a pesar de haber dejado su huella en bandas como la fugaz Slash’s Snakepit durante los noventa, o los exitosos Velvet Revolver, junto a Scott Weiland (entonces ex de Stone Temple Pilots), así como habiendo trabajado como guitarrista de sesión para numerosos artistas de primera línea como Michael Jackson, Alice Cooper, Ray Charles o Eric Clapton.

Tres años después, la palabra “friends” ha desaparecido del título del proyecto, pero afortunadamente sus amigos no. Y es que no hay que subestimar en ningún momento el poder de convocatoria de Slash. ¿Quién no acudiría en décimas de segundo a grabar con una leyenda de la música si él así se lo propusiera? Pocos, desde luego. Así, por los estudios en los que se grabó “Slash” aparecieron una por una celebridades como Ozzy Osbourne, Chris Cornell, Iggy Pop, Dave Grohl, Fergie o Kid Rock, entre otros, dispuestos a dejar su huella vocal (sólo el también ex-gunner Izzy Stradlin grabó guitarra para el disco aparte del propio Slash) en un disco que se grabaría sin más incidencias que la posible falta de disponibilidad de algunos de los invitados.

Si bien en las etapas posteriores de Guns‘N’Roses el propio Axl Rose había dejado clara con creces su afición por el uso de sintetizadores y la adopción de un toque más industrial en sus composiciones, Slash, a pesar de coquetear con otros estilos durante sus abundantes colaboraciones y apariciones especiales, no ofrece demasiadas variantes desde entonces. La clave de su sonido está más que clara, y es por eso que es éste uno de los pocos casos en los que hoy en día podemos declarar que nos encontramos, por encima de todo, ante un disco en el que rock, hard rock, rock and roll y salpicones de heavy metal se funden con la naturalidad y frescura de siempre en la variada monotonía de los punteos de Slash, ofreciendo un plato con un sabor familiar y agradable para aquellos que buscan el toque de antaño, pero con alicientes suficientes para adaptarse a las exigencias del mercado actual.



Dada la propia naturaleza del LP, queda claro que su gran baza no es otra que la multitud de singulares momentos musicales que ofrece, desde la increíblemente oportuna aparición de una desatada Fergie al frente de la enérgica “Beautiful Dangerous” a los suaves punteos de la dulce balada “Gotten”, interpretada por Adam Levine (Maroon 5), pasando por el metal de “Nothing to Say” con la ayuda del joven M. Shadows (Avenged Sevenfold).

Sin embargo, a pesar de los claros destellos de calidad que irradia “Slash”, la sensación de encontrarse ante una obra sin un sentido más allá de una combinación de ego musical y beneficio económico se presenta lo suficientemente clara como para preguntarnos qué significa realmente este disco. Con la excepción de la poco sutil “Crucify the Dead”, donde el aquelarre formado por Slash y Ozzy cargan las tintas de forma descarada contra Rose y el cierre final de “We’re All Gona Die” con Iggy Pop como portavoz de unos manidos valores rockeros, es literalmente imposible descifrar algo más que una cargante sobredosis de azucarada testosterona entre las letras del disco. Ahora, claro está, toca preguntarse si era lógico esperar algo más de este tipo de artistas. La respuesta es evidente.

Pero que estas circunstancias no confundan a nadie, la compilación dista mucho de ser aburrida, como ha demostrado el éxito de los sencillos lanzados hasta el momento: la anticipada “Sahara”, junto al japonés Koshi Inaba, fue uno de los singles más exitosos del pasado año en Japón y el single posterior, “By the Sword”, con la colaboración de Andrew Stockdale de Wolfmother, ofrece el gancho suficiente como para lanzar a cualquier hijo de vecino a por la totalidad del álbum. El ex-gunner sabe que la fórmula vende, y por eso ha lanzado seis versiones distintas del disco por todo el mundo, modificando la presencia de unos bonus tracks finales que bien valen el esfuerzo necesario para disfrutar de todos ellos, ya que las colaboraciones de Alice Cooper, Nick Oliveri o Cypress Hill (estos últimos en una divertidísima y espontánea versión rap de “Paradise City”) sólo estarán disponibles en dichas versiones.

Por su parte, desde el punto de vista técnico, poco hay que achacar al proyecto. La producción, a cargo de Eric Valentine, constituye un ejemplo de cómo una mezcla actual puede irradiar toda la energía necesaria para mantener el espíritu puramente rockero en pleno 2010. Salvo algún discutible arreglo de forma puntual, el acabado del disco resulta impecable para toda clase de oídos. Muy buenos músicos de sesión (¿a alguien le suena Josh Freese?) y muy buenas colaboraciones instrumentales por parte de Dave Grohl, Izzy Stradlin o Lemmy Kilmister, entre otros.

Con una portada horrible, unos valores musicales de discutible actualidad y más cara que espalda, Saul “Slash” Hudson nos encasqueta en pleno abril toda la calidad que ha conseguido concentrar en su mítica Les Paul (que no es poca) y nos hace mucho más llevadera la demostración con las colaboraciones de músicos del más alto prestigio dentro de la actualidad musical. Está claro que no ha descubierto nada nuevo, que el disco no marcará un antes y un después en la historia de la música y que mucho le falta para acercarse siquiera un poco a la calidad a la que nos acostumbraron los viejos Guns, pero también es cierto que para disfrutar de rock and roll de primera calidad no hace falta mucho más. Todas y cada una de las notas que completan los sesenta minutos de grabación están orientadas al más puro y visceral disfrute de las habilidades rockeras de Slash y es ese justamente el principal motivo por el que aceptar el trato que nos propone.
Fabián Rodríguez Vázquez.

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